jueves, 12 de septiembre de 2024

Poza Rica

Nunca entendí por qué mi madre insiste en estos viajes. ¿Qué tiene Poza Rica de interesante? El calor es sofocante, el aire huele a gasolina y las calles están cubiertas de polvo. Sin embargo, aquí estoy, en el asiento del copiloto, viendo pasar el paisaje como si fuera una película vieja y aburrida. Mi madre no para de hablar, pero apenas escucho lo que dice. No quiero estar aquí. Si fuera por mí, estaría en casa, en mi cama, en silencio. Pero no, "es importante pasar tiempo en familia", dice. Como si este viaje fuera a cambiar algo.

El carro sigue su camino, y yo solo cuento los minutos para que todo termine. Cada kilómetro me aleja más de lo poco que me mantiene cuerdo y me lleva a un lugar que me es indiferente. 

—Siempre me sorprende cómo los árboles siguen creciendo después de perder tantas hojas —dijo mi madre, mirando por la ventana, rompiendo el silencio.

—Supongo que ya están acostumbrados a la pérdida —respondí, sin apartar la vista de la carretera—. Al final, siempre llega el invierno.

—Sí, pero la primavera también —insiste con su habitual optimismo—. Las hojas vuelven, aunque tarden.

—Algunas ramas no —dije, casi como un pensamiento en voz alta—. A veces lo que se pierde no vuelve. Se seca, cae, y simplemente deja de estar.

En ese momento, todo lo que no hemos dicho flota en el aire, tan pesado como el calor de afuera. Mis palabras eran más que una simple reflexión sobre los árboles; eran sobre nosotros, aunque ninguno lo mencionara.

Recuerdo el día que se fue a Monterrey como si fuera ayer. Me dijo que era temporal, que el trabajo no duraría mucho, que pronto estaríamos juntos de nuevo. Le creí. Le creí porque entonces no sabía que las promesas se rompen más fácil que el silencio. La vi alejarse sin saber que esa despedida marcaría el comienzo de un abismo entre nosotros.

Al principio, me llamaba seguido. Las largas conversaciones donde me contaba sobre su vida en el norte, lo ocupada que estaba, lo importante de su trabajo. Pero con el tiempo, las llamadas se hicieron cortas, esporádicas, hasta que un día simplemente dejaron de llegar. Como las hojas que no vuelven en primavera, pensé.

En esos años, aprendí a distanciarme para no sentir tanto su ausencia. Era más fácil no pensar en ella que enfrentar la verdad: que su vida ya no giraba en torno a mí. No lo decía, pero lo sentía. Cada mensaje tardío, cada promesa rota de visitarme, era una piedra más en el muro que construí entre nosotros. Y ahora, aquí estamos, compartiendo un viaje que no va a cambiar nada, al menos no para mí.

—Las hojas vuelven, pero no son las mismas —dije, rompiendo por última vez el silencio, como si fuera una conclusión a nuestra pequeña conversación anterior.

Mi madre solo asiente pensativa, mirando hacia adelante. Sabe, al igual que yo, que algunas cosas simplemente no vuelven. 

El silencio vuelve a instalarse, pero ya no es incómodo, solo inevitable. Mi madre mantiene la vista en la carretera, pero de vez en cuando me lanza una mirada de reojo, como si esperara una señal de que estoy dispuesto a hablar. Yo sigo sin saber qué decir. Lo que me gustaría es estar en otro lugar, alejado de este viaje y de todo lo que representa.

—Nunca fue fácil para mí, ¿sabes? —dice de repente, rompiendo el silencio—. Irme, dejarte a ti y a todo lo que conocía. Pensé que lo hacía por el bien de los dos.

—Supongo que esa es la diferencia entre tú y yo —respondo sin mirarla—. Yo nunca pensé que irme fuera la solución de nada. 

—No lo fue —admite—. Pero en su momento, parecía la única opción. No quería quedarme estancada, y pensé que al final todo saldría bien.

Su voz suena cansada, como si lo hubiera dicho cientos de veces en su cabeza antes de finalmente pronunciarlo. Y aunque no quiero, algo en su tono me hace bajar la guardia, si solo un poco. Sigo sin saber si este viaje va a cambiar algo entre nosotros, pero al menos estamos hablando, y eso es más de lo que esperé.

—Quizá sea tarde para decirlo —continúa—, pero lamento haberte dejado. No entendí lo que significaba para ti en ese momento.

Sus palabras caen en el aire, ligeras pero pesadas al mismo tiempo. No sé si es suficiente, pero tampoco tengo la energía para seguir discutiendo. A veces, simplemente ya no queda nada que decir.

—Ya pasó —respondo finalmente, sin emoción. No estoy listo para decir más, pero tampoco para seguir peleando con fantasmas del pasado.

El paisaje sigue cambiando lentamente. Árboles, montañas, casas pequeñas. De alguna forma, todo parece avanzar menos nosotros. Mi madre vuelve a mirar la carretera, y el silencio se hace presente otra vez, pero esta vez no pesa tanto. Es como si el ruido del motor fuera una especie de tregua entre nosotros, algo que no hace falta llenar con palabras.

—¿Sabes? —digo después de un rato, sorprendiéndome a mí mismo por hablar—. No sé si este viaje va a cambiar algo. Pero... estoy aquí, ¿no? Estamos, quiero decir. 

Ella me mira por un momento, luego asiente suavemente sonriendo como si se contuviera la felicidad. Y en ese gesto, veo algo que no había visto en años en mí: un pequeño destello de comprensión, o tal vez solo esperanza. No sé qué va a pasar cuando lleguemos a Poza Rica, ni qué nos espera después de eso. Pero por ahora, sigo en este auto, contando los minutos, pero no tan desesperado como antes.

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

viernes, 18 de agosto de 2023

La sombra vagabunda (Parte II)


Capítulo 2: Esto no se puede romper 

 Resultado de imagen para vector manos entrelazadas



Antes de que mi esposa e hijas muriesen , jamás habría pensado que la expresión "el mundo se ha tornado oscuro" tuviese tanta exactitud para poder expresar lo vacía que es mi vida ahora.  Lo preciso de ese limbo entre mi vida antes y después de sus muertes es ridículamente terrorífico, pues, ya no me dan ganas de llorar cuando les recuerdo, me he deshecho de sus pertenencias, pero cada tarde pongo caricaturas aleatorias por el televisor y rocío un poco de fragancia por toda la habitación para poder descansar. Eso no sonaría descabellado, si me gustasen las caricaturas y  Carolina Herrera 212, pero no es mi caso. 

Nadie sabe la verdadera razón del por qué las invito a pasar la noche a mi perfumada alcoba, pero las novias que he tenido, dicen que les soy infiel con una prostituta fina, cuando en realidad yo me siento como un infiel prostituto para esa fina mujer cada vez que me visitan, ya que a ninguna de ellas les he dicho que he estado felizmente casado y tristemente viudo. No estoy orgulloso de eso, pero lo que soy ahora me da tanta vergüenza, que me da repudio que Miriam y las niñas tengan algo que ver conmigo. 

Regularmente, cierro mis ojos e inhalo profundamente el aroma del alrededor e imagino que todo es una mentira, que todo esto ha sido una larga y horrenda pesadilla, que las niñas están bien en su habitación y que Miriam y yo nos reímos por intentar no hacer ruido en nuestras noches de locura y amor. Pero ese sueño acaba, cuando la chica que tengo debajo de mi, me pregunta consternada el por qué me estoy riendo durante el sexo, mientras ella se encuentra jadeando de algo a lo que soy indiferente. La verdad, no sé como he logrado traer tantas mujeres a esta casa en tan poco tiempo. Nunca tuve labia o una personalidad carismática, no soy "de buenos sentimientos" o muy atractivo, no tengo una fortuna y mi vida social se redondea a cero. Mi primera novia fue mi esposa y ahora que ya no está aquí, resulta que soy un Don Juan. Es tan irreal que estoy empezando a volverme creyente, pero no me conviene, porque solo me hundiré aún más en el infierno y no quiero encontrarme con Satanás, no se pueden tener dos bestias diferentes en un mismo espacio, pero... ¡No te preocupes! las chicas se encargan con mucha pasión de enviarme al tártaro, y aunque suene a más estiércol... no me importa si se ofenden, sé que soy un patán y me siento mal por ello un rato, pero cuando llega este momento, la verdad me desconozco y todo rastro de humanidad que había en mi, fácilmente se esconde. 

Este día no es la excepción, durante su razonable ira, me dispongo a prepararme una taza de café mientras que ella azota la puerta esperanzada a que vaya a perseguirla y le diga que soy un idiota, pero no lo haré, no porque no sea un idiota o no se merezca una disculpa de mi parte, sino porque la regla de tomar mi taza de café a las 7:10 p.m. no se puede romper. 

Algunas de las mujeres que traigo al departamento han respetado esa actividad e incluso quieren formar parte de este ritual, pero el café que preparan no me gusta. Es demasiado frío, cargado, insípido o caliente, pero nunca está en el punto exacto. Sorbo de la taza de café que he tomado los últimos doce años, pero nunca me había dado cuenta de que el café que preparo sabe asquerosamente amargo.  Probablemente Miriam le ponía más azúcar de la que me gusta, pero por alguna razón, su café nunca me hostigaba, aunque siempre le decía que había mejores marcas, para molestarla un poco. No importa cuán cansada estuviera, después de un día atareado de trabajo en unas oficinas de periodismo, llegaba a casa a las 7:00 p.m., y siempre me invitaba una taza, del café que tanto le gustaba diciendo "Haré el mejor café del mundo, dame 10 minutos" con una sonrisa burlona. 


















domingo, 22 de marzo de 2020

Sueños y memorias


Un ojo me tiembla y el otro salvaje se cierra.
Me duele la frente y mis boca se tensa,
Durante la noche cuento estrellas,
y durante el día me la paso contando ovejas.
Morfeo me golpea con uno de sus brazos,
y yo sin chistar, sola me caigo.
Memorias reviven dentro del sueño,
despierto tan rápido, que de un susto me siento
Conozco y desconozco, todo lo que existe,
pero la agonía que me guardo, no me deja preguntar,
tengo miedo y soy otra, pero me siento un poco a salvo,
porque toda esta desgracia, no me pertenece a mi.
Me miro y luego me observo, y pregunto: "¿Quíen eres tu?"
Pero no me responde, como si fuese un tabú.
Desea responderme, pero no tiene palabra,
pero las pocas que escucho, están dentro de mí.


sábado, 21 de marzo de 2020

Auxilio y perdón


Normalmente cualquier cosa puede distraerme, pero esto es cada día más difícil. No puedo soportar la agonía que tengo y que desconozco su razón. Todo me molesta, todo me hiere, nada me gusta, nada me motiva. Siento como si me estuviera comiendo mis dedos a partir de mis cutículas. Hay un hueco en mi pecho que me hace querer abrirlo hasta desfallecer en mi propia sangre, pero tan solo un poco de dolor, es capaz de tirarme por completo. 

A veces soy una persona, pero cuando se encierra en una caja, otras más quieren salir. No hay valores, no hay sentimientos, no hay sueños, todos son una vasija vacía llena de arena, que, aunque es pesada de cargar, tan solo la tientas y se desliza por completo en tus manos. Dudo mucho que alguien como yo pueda ser capaz de sentir la felicidad por mucho tiempo, no porque sea pesimista, sino porque soy una saboteadora. La caja está algo magullada y rota, pero aún sirve para cubrirte del frío. Tengo la esperanza de que todo esto algún día cambiará, porque cada vez es menos tolerante ser comido por dentro. 

Quiero pedir perdón por todo el mal que he hecho, no importa si fue mi intención o no, pero estoy casi tan harta como ustedes de esto. Ya no quiero causar más problemas y tengo miedo de fallar, pero pongo el poco aliento que me queda, en no enloquecer con estas ideas retorcidas que de alguna manera reflejan un poco de lo que gritan en esa caja a diario. 

miércoles, 4 de diciembre de 2019

La moneda para ir con Dios


He llamado tanto a ese Dios tan querido. Lo he buscado, lo he añorado, lo he soñado pero no me responde. A veces mi vacío existencial me ahoga y mis deseos por encontrarle son secundados por impulsivas acciones que sueñan con dejar este mundo terrenal. Sin embargo, mi agnosticismo dirige la rueda de mis pensamientos y la creencia de que existe un dios, se vuelve más paranoica. Entonces pienso... ¿Y si realmente existe, que hará conmigo? ¿Lo verá como un error o como un halago? Eso nunca lo sabré hasta que lo intente, desgraciada o afortunadamente, solo tengo una única moneda para comprobarlo. Es curioso, puede que unos tengamos una moneda más bonita que otros o más nueva, pero no importa cual tengas, todos solo tienen una. 


viernes, 29 de noviembre de 2019

¿Acaso mi cerebro no funciona bien?


En mi vida, nunca he pasado un examen de admisión. Ni el de secundaria, ni el de preparatoria. Vaya, la prueba propedéutica de donde entré, tenía tres pruebas, de las cuales, una era exámenes, por lo que el resto de pruebas me permitió ingresar, pero en realidad, en los exámenes no me fue bien. Juro que soy buen estudiante, me comprometo, me esmero, estudio, me preparo, cumplo con lo que debo hacer. Para mí, el problema no es acabar, sino ingresar. Parece que mi lógica en aspectos académicos, no tiene sentido, pienso de una forma muy robotizada y lo que una persona ve como lo más obvio, yo veo un montón de respuestas que no se parecen a la mía. Siento como si la estupidez corriese por mis venas o mi cerebro estuviese atrofiado.